martes, 16 de junio de 2020

Sobre la anarquía. Maleabilidad, individualidad ideológica (parte 1)


A menudo empleamos el término ideología. Útil para hacer referencia a una agrupación de opiniones que, mencionada una, sobreentendemos el resto.


Ideología y política son dos palabras aparentemente indisociables. Se podría decir que ideología corresponde la identidad política de una persona.


La cultura derivada de la democracia ha logrado desplazar lo político a un cochambroso recoveco. Tergiversando términos clave, si nunca nos cuestionamos la significación verdadera de política, tenderemos a pensar que se trata de una actividad, una suerte de negocio, activismo para los más bienintencionados de juicio (igualmente ingenuos). 

Política es, entonces, algo a lo que dedicamos una cierta atención, una proporción de nuestro tiempo. Detonante de discusiones navideñas. Así se nos ha hecho creer desde luego. En la deriva más aberrante, da lugar incluso a un empleo, la labor del político, el que ejerce la política. 


Ideología, política… se nos ofrecen como algo completamente alejado de lo visceral y cotidiano.


Sin embargo, no hace falta ir muy lejos para comenzar a moldear estas suposiciones. Basta con googlear, (o echar mano de un diccionario, para los lectores más boomers) el término en cuestión.


“Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”


Ideología y persona son continente y contenido. Como ya determinamos en anteriores textos, una persona es persona por ser criatura pensante, y por eso del enunciado “Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona” podemos deducir el axioma de “conjunto de ideas fundamentales que caracteriza una persona”

Ideas = persona. 


Cada milimétrico movimiento, cada breve sinapsis entre dos neuronas ES ideología. Cada gesto o palabra que articulamos lo es. Lejos de la nociva y privativa creencia liberal de que la ideología es algo a lo que dedicamos una proporción determinada de nuestro tiempo, el giro epistemológico que supone esta resignificación (no es realmente una resignificación, ya que el significado se ha mantenido intacto aunque la creencia colectiva lo entienda de distinto modo) puede producir a su vez una verdadera transformación en nuestra forma de concebir nuestra realidad, la realidad.


Se aleja entonces de lo hablado antes, la ideología no es algo que ocupe una proporción variable de nuestro esfuerzo intelectual, sino que, al igual que nuestras extremidades o nuestros pulmones, ocupa la totalidad de nuestra existencia y sin ella no seríamos lo que somos.


Finalizada la aclaración, podemos abordar el tema que acontece.


La anarquía, como toda ideología, es una generalización. Ante la imposibilidad de dotar a las creencias de cada persona de un nombre propio e individual, generalizamos que toda persona que se identifique con el anarquismo (trataremos anarquía y anarquismo con el mismo significado a menudo) comparte unos valores muy determinados, y la no participación de dichos valores significa automáticamente no ser anarquista. Puede parecer algo obvio, pero a menudo tendemos a identificar e identificarnos con palabras que en absoluto nos podemos atribuir a la ligera.


Ahora bien, de entre todas las doctrinas, la doctrina ácrata es tal vez la más maleable. Me atrevería a decir que llamarla doctrina es en cierta medida una ironía.

 

Su única sentencia inamovible es en principio la del rechazo a toda autoridad. Dada la flexibilidad del lenguaje, incluso de esta firme sentencia podemos derivar creencias totalmente opuestas.


Del rechazo a la autoridad reguladora del estado, a nivel mercantil, derivaría el anarcocapitalismo, exacerbado liberalismo, que nos sirve de ejemplo para exponer la enorme distancia que puede producirse entre filosofías deducidas de un mismo nexo.


Mientras que algunas ideologías tienen un compendio claramente delimitado, y es por tanto sencillo determinar qué es y qué no es perteneciente a ellas, el anarquismo tiene la virtud y defecto de no serlo. No podría por tanto, decir teniendo razón, que el anarcocapitalismo no es anarquismo. Ciertamente no es el mío, eso sí.


De hecho, sería absolutamente estúpido pretender circunscribir una doctrina caracterizada por la libertad plena.


Es cuestión de cada uno definir sus propias variables de autoridad, libertad, justicia…


Es la anarquía por tanto la única doctrina plenamente atemporal, pues estos conceptos son inherentes a la humanidad con independencia de épocas.